Ganar no siempre es motivo de satisfacción.
- pronemo
- 6 jul
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Cuando tomamos una decisión económica, ¿en qué se piensa más: en ganar o en no perder? Mucha de la literatura sobre economía conductual moderna recoge las aportaciones de la psicología en la economía. Simon, March, Thaler, Khanneman, Gigerenzer son solo algunos investigadores que han aportado al tema.
Pero aún y con todo el material disponible no se ha llegado a una conclusión universal. Donde uno puede ver un gasto otro puede ver una oportunidad. Donde alguien ve una ganancia otro puede percibir una pérdida. Y ¿cuál es la respuesta correcta?

Por ejemplo, cómo contestarías a estas preguntas: ¿vale la pena dedicar recursos a contratar, capacitar y desarrollar a un empleado para que después este muy probablemente migre a otra empresa? ¿Conviene comprar una casa más grande que al final requerirá mayores recursos para mantenerla? ¿Es mejor pagar por una maquinaria nueva que tiene mejor desempeño y menor riesgo de fallas o es preferible mantener la maquinaria que ya tiene varios años de uso con un desempeño estable aunque mayor probabilidad de fallas próximas?
Imaginemos que para responder estas preguntas se utiliza un pensamiento económico racional, es decir, aquel que se dirige siempre a ganar o no perder. SI lo reflexionas un poco, verás que sea cual sea la respuesta a cualquiera de las preguntas siempre existirá un aspecto que nos hará sentir inseguros de haber elegido correctamente.
De hecho, ganar no siempre es motivo de satisfacción. Si así lo fuera cada vez que alguien gana dinero, derivado de su sueldo o de un negocio afortunado, no lo gastaría sino que lo guardaría lo más posible. Pero no es así: hay quienes tienen ingresos mesurados y utilizan una parte de estos para pagarse vacaciones en un hotel de la playa o quienes tienen ingresos enormes y utilizan una parte para comprarse un yate. En ninguno de estos casos el desembolso resulta en una ganancia financiera.
Es aquí donde entran las ganancias no financieras pero que sí proporcionan placer. De acuerdo al hedonismo ético, como doctrina, se puede defender el valor intrínseco del placer que proporcionan los instrumentos materiales o conceptuales. Por ejemplo, un auto o una casa son instrumentalmente valiosos por su función pero, al mismo tiempo, son intrínsecamente valiosos por la felicidad que causan al conseguirse a partir del esfuerzo realizado (el dolor).
Las implicaciones del hedonismo económico deben ser matizadas en un equilibrio virtuoso. El ascetismo puro (la doctrina que ejercita el autocontrol para la abstinencia de placeres materiales) es, en la práctica, totalmente inviable en las sociedades económicas actuales. Y, claro, el hedonismo radical (pensamiento que postula que el objetivo principal de la vida debe ser la búsqueda del placer y el distanciamiento del dolor) al mismo tiempo es por sí mismo caótico e indeseable.
Es. entonces, la armonía entre la ganancia racional y la emocional, el camino hacia la posible virtud económica en una sociedad liberal occidental como la nuestra. Virtud indispensable para construir un estado de satisfacción y desahogo en relación con las condiciones materiales de la vida que, a su vez, permiten pero también son, por sí mismas, resultado del desarrollo intelectual, físico, espiritual y esencial de cada individuo. Es decir, un bienestar y un bien ser.
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